La penúltima producción de Vincent Ward, River Queen, es una arriesgada apuesta por el cine de autor más íntegro. Sin embargo, su propuesta resulta en ocasiones muy tediosa y hasta pretenciosa debido a un guión confuso y a una realización preocupada por ser demasiado original. Esto no le sucede al score del músico gales Karl Jenkins, quien, dirigiendo la Orquesta Sinfónica de Londres, ofrece un concierto a medio camino entre lo clásico y lo cinematográfico. Son dos lenguajes que cuando se intentan emparentar suele ocurrir que el resultado resulte pedante y aburrido. No es el caso de la partitura de Jenkins (autor, por cierto, de tan sólo dos bandas sonoras para el cine), caracterizada por su sobriedad y brillantez, y una rara avis hoy en día en el mundo de la música para la gran pantalla debido a su estilismo puro y poco recargado.
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