En 2003 Gabriel Yared recibió el encargo por parte del realizador alemán afincado en Hollywood Wolfgang Petersen de componer la música de su superproducción Troy (Troya). Para Yared supuso todo un reto, pues hasta la fecha no había tenido la oportunidad de crear una composición de corte épico cercana a lo wagneriano. Al finalizar su obra confesó que su elaboración supuso un enorme esfuerzo creativo, algo que es palpable en el resultado final. Petersen se mostró entusiasmado con el resultado definitivo, pero los pases previos de la película en Estados Unidos mostraron una reacción fría por parte del público, que llegaba a calificar el score de Yared como "excesivamente anticuado". Los productores, en una decisión que sólo demuestra que las neuronas no conocen las tierras californianas (al menos en este tipo de individuos), rechazaron la música de Yared, no tardando en encontrar sustituto en la figura de James Horner, quien, en tiempo récord, compuso el score esquirol, aunque he de confesar que muy a mi pesar realizó una pieza repetitiva pero vibrante.
Centrándome en la partitura rechazada, ya desde sus primeros acordes el oyente asiste a un espectáculo musical deslumbrante y cautivador. Es testigo afortunado de una obra sin igual en el panorama cinematográfico actual. Desde un apasionamiento que ya creía olvidado, Gabriel Yared despliega todo su poderosos talento en una aventura creativa digna del Olimpo del que se inspira.
Embelesado por su seductora magia, Troy es un rayo cegador de luz que hechiza y emociona, sobre todo en temas como Hector, Hector o Approach of the greeks, por citar tan sólo dos. Algún día se reconocerá en toda su valía el poder de esta música inmortal, hoy únicamente disponible en ediciones de dudosa, aunque agradecida por los amantes de lo exquisito, procedencia.
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